Los expertos revelan cómo será el fin del mundo
Una revista británica establece los siete posibles escenarios ante los que la humanidad tendría poco que hacer para evitar la muerte de todo
Redacción
Muchos creen que el apocalipsis terrestre es solo cosa de pelis de ciencia-ficción. Otros, sin embargo, cree que nuestro planeta tiene mil maneras posibles de morir. La revista How It Works («Cómo funciona») reduce esas opciones a siete. Un abanico de formas en las que podría sobrevenir el fin de nuestro mundo tal y como lo conocemos, que van desde causas intrínsecas a la propia Tierra hasta las provocadas por el hombre e incluso las que van más allá de los límites de nuestro planeta.
Y, de todas ellas, el sensacional y sensacionalista artículo cree que la causa más probable provendría de las entrañas del globo terráqueo en forma de un supervolcán.
Estos son los siete escenarios ante los que la humanidad tendría poco que hacer para evitar el fin del mundo.
La erupción de un supervolcán
Una explosión que hace temblar la tierra y cuya erupción crea un espeso manto de ceniza en gran parte del mundo. Esas serían las causas inmediatas del estallido de un supervolcán.
Los científicos nunca han visto uno de estos, que supone la expulsión de 1.000 kilómetros cúbicos de material volcánico en la atmósfera, pero después de analizar los registros de cataclismos anteriores, han podido llegar a la conclusión de cuáles serían sus consecuencias.
En principio, esta erupción volcánica provoca la destrucción por lava, fuego y una lluvia de escombros de una zona geográfica tan grande como Europa, algo que está acompañado por otro aspecto todavía más preocupante: los gases que se expulsan a la estratosfera.
El volcán llegará a provocar un velo de aerosoles de sulfato que acabará provocando, en última instancia, un invierno volcánico.
Primero se forman nubes más espesas que bloquean la luz solar, la reflejan y absorben, haciendo que las capas altas de la atmósfera se calienten y afectando a las corrientes de aire y a los patrones climáticos.
Pero mientras, la temperatura de la superficie terrestre cae estrepitosamente. La agricultura vive una época negra por el frío y la una incipiente lluvia ácida; también la pesca, por el caos de circulación oceánica y la falta de nutrientes, el hambre se extiende y se puede llegar incluso a una Edad de Hielo.
La probabilidad de que esto pase, en todo caso, no es muy alta. La última vez en la que se tiene constancia que hubo una súper erupción fue hace 27.000 años en Nueva Zelanda. Pero los científicos alertan de que este tipo de fenómenos son imprevisibles e inevitables, de modo que no hay forma de tener claro si puede o no tocarnos vivir algo así.
Un invierno nuclear
El hombre, desde hace décadas, tiene la posibilidad de destruir amplias zonas en cuestión de segundos a través de las bombas nucleares.
De momento, en el mundo no se ha vivido una verdadera guerra nuclear en toda su magnitud, pero si eso sucede, las consecuencias no solo son las inmediatas, con la pérdida de vidas que trae ese letal impacto, sino también otras a largo plazo.
Ya lo decían en los años 80 científicos como Carl Sagan, que alertaban de cómo acabaría el mundo si Estados Unidos y la URSS acababan beligernado directamente: con un invierno nuclear.
Con cientos de ciudades y bosques incinerados, toda la ceniza y el humo llegan a bloquear el 99 % de la luz solar durante meses, lo que para la fotosíntesis de las plantas y deja al mundo en una sensación de permanente atardecer. Además, la radiación nuclear resultante de la explosión de la bomba deja residuos radiactivos con consecuencias a corto y largo plazo para los seres vivos.
Las temperaturas bajan decenas de grados con respecto a la actualidad durante años, lo que lleva a la muerte de plantas, animales y seres humanos. La comida, de nuevo, es escasa y la densa población humana sufre las consecuencias de una época sin futuro.
El impacto de un asteroide
No estamos solos en el universo. Al menos en cuanto a cuerpos celestes, muchos de los cuales campan a sus anchas por el Sistema Solar y arrasan con todo lo que les pilla de paso.
De tanto en tanto, se cruzan con la Tierra, aunque los impactos de grandes cuerpos extraterrestres no son muy habituales. La última vez en la que se cree que pasó fue el famoso meteorito que, supuestamente, acabó con los dinosaurios. Según los estudios, tendría un diámetro de unos 10 kilómetros, pero es que el impacto de uno que tenga un quinto de su tamaño podría acabar con toda nuestra civilización.
Un cuerpo de esas características impacta con una fuerza equivalente a 10 millones de bombas de Hiroshima y acaba, automáticamente, con todo lo que hay en un radio de 300 kilómetros.
Y ello causa, como consecuencia de una nube de polvo y escombros, un «inverno de impacto», semejante al nuclear, en el que perecerían la mayor parte de los seres vivos.
Se producen, además, devastadores tsunamis que cambian radicalmente las costas y lanzan grandes cantidades de agua de mar hacia la atmósfera, lo que debilita la capa de ozono y expone a los supervivientes a niveles de radiación ultravioleta letales.
El efecto invernadero desbocado
Todos sabemos que el efecto invernadero es de importancia vital para los seres vivos, ya que nos protege a todos del gélido frío espacial.
Pero desde la Revolución Industrial, a la humanidad no le ha importado demasiado el cuidado y la protección de la atmósfera y ha vertido irresponsablemente dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, que forman una compacta capa que atrapa el exceso de calor y, en consecuencia, produce una subida de las temperaturas globales.
Un aumento del calor que en algunos sitios puede parecer positivo, pero que en el entorno global puede llevar a la catástrofe.
Con el tiempo, y sin las medidas adecuadas, esa capa compacta se va haciendo cada vez más y más densa, agravando el efecto que tiene ello en las temperaturas hasta llegar a un punto, llamado por los científicos «de no retorno», a partir del cual ya no está en manos de la humanidad parar el proceso.
Desde ese momento, el efecto invernadero desbocado comienza a agravarse rápidamente y las temperaturas globales suben cientos de grados, los polos se deshielan por completo y sube el nivel del mar y, en última instancia, el agua hierve y se evapora. Al final, la vida en la Tierra no podrá seguir su camino.
La muerte del sol
No hay duda de que la vida en nuestro planeta no sería posible sin el Sol. Pero el astro, como todo en esta vida, se acaba y también se muere.
Cuando va llegando su final, el astro rey comienza a quedarse sin combustible y su núcleo colapsa hacia el exterior, la envoltura exterior se infla y se acaba convirtiendo en una gigante roja que envuelve las órbitas de Mercurio, Venus y, en última instancia, la Tierra.
En todo caso, los seres humanos nunca llegarán a ver esta situación. El combustible del Sol no se agotará hasta dentro de cinco mil millones de años, pero antes, mucho antes, la tierra ya será un lugar inhóspito, semejante al resto de planetas rocosos conocidos.
Brote de rayos Gamma
Como consecuencia de la explosión de estrellas gigantes se produce una emisión de rayos de intensa radiación Gamma, que pueden durar desde una fracción de segundos a varias horas y pueden llegar a liberar en solo diez segundos tanta energía como la que producirá el Sol a lo largo de toda su existencia.
Si la Tierra tiene la mala suerte de estar en el camino de este «rayo de la muerte», los efectos serían absolutamente catastróficos. Se destruiría la capa de ozono y, con ello, la vida en la superficie quedaría expuesta a la mortal radiación ultravioleta.
Pandemia global
Las pandemias han sido habituales a lo largo de la historia y, de vez en cuando, surge una nueva que pone en alerta a algunos países.
Por una parte, los niveles sanitarios y de investigación médica hacen que cada vez estemos más preparados para todo tipo de enfermedades pero, por otra, la popularización de los viajes internacionales y el aumento de la densidad de población hace muchísimo más fácil que estemos expuestos a todo tipo de males.
En 2003, la gripe aviar se expandió en cuestión de meses a seis de los siete continentes, contagió a 8.000 personas y mató a 750 y, más recientemente, el ébola amenazó con hacerse una pandemia global.
Hay tres cuestiones que, combinadas, pueden diezmar la raza humana: que sea una enfermedad emergente, compuesta de patógenos desconocidos para los que no existe vacuna; que sean altamente contagiosas pero con unos síntomas tardíos, lo que hace más fácil su expansión; y que muten rápidamente, que hace imposible el descubrimiento de vacuna.