¿Cuánto tiempo le queda a la Humanidad?

Desde 1945, un grupo de científicos estadounidenses representa en un reloj simbólico lo cerca que está la civilización de la destrucción total. Se basa para calcularlo en la amenaza nuclear, en el cambio climático y en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Desde 1953, nunca habíamos estado tan cerca del apocalipsis


Llevamos años escuchando, con el miedo metido en el cuerpo y los nervios a flor de piel, todo tipo de historias sobre el apocalipsis. Los libros sagrados de las principales religiones, escritos hace miles de años, nos advirtieron de las guerras, del hambre, de la enfermedad, de la muerte y, con especial obstinación, del mal, la bestia en toda sus vertientes, el diablo, la representación del horror. La cantinela se ha repetido una y otra vez en la cultura popular, en las representaciones artísticas y en las monsergas morales que, con el objetivo de promover determinados códigos de conducta, recurren al fin de los tiempos, a la destrucción del mundo material y a la existencia de un universo espiritual en el que, en un gran juicio final, las almas serán sometidas al escrutinio público y sentenciadas a desaparecer o a vivir eternamente. Podemos creerlo o no. Hacer oídos sordos o vivir de forma que, si alguien nos juzga algún día, podamos salir airosos de la causa. Pero lo cierto es que la parte tangible de esta historia, el aspecto más físico, más material, empieza a resentirse. El mundo, tal y como lo conocemos, comienza a mostrar sus primeros achaques. Ya hay síntomas. La cuenta atrás ha empezado.

¿En qué medida el hombre se está cargando a la Humanidad? ¿Cómo de lejos estamos de acabar con nuestra propia existencia? ¿Cuánto tiempo nos queda en la tierra antes de que una catástrofe global la mande a tomar por saco? Pocas veces, como ahora, la civilización ha estado tan cerca de destruir el planeta con sus propias manos. Hace tres semanas, Corea del Norte aseguraba haber detonado con éxito una bomba termonuclear, con todos los riesgos que eso conlleva. Este enero, Galicia ha superado temperaturas máximas históricas, mientras una gran tormenta de nieve paraliza Nueva York, ambos fenómenos fruto, aseguran numerosas voces, del impacto humano en el medio ambiente. Enfermedades ya erradicadas han vuelto a la carga, otras nuevas resultan imposibles de controlar. Los expertos llevan años insistiendo, pero ha llegado el momento de ponerse seriosThe Bulletin of Atomic Scientists, una revista creada en 1945 por un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago para alertar al mundo de los peligros de la energía nuclear y otras armas de destrucción masiva, se ha visto obligada a tomar cartas en el asunto.

A mediados del siglo pasado, la junta directiva de este boletín decidió que además de avisar con palabras de los excesos tecnológicos que podrían llevar al hombre a la autodestrucción, plasmaría esa amenaza en una representación gráfica. Y creó el «Reloj del Juicio Final», un reloj simbólico en el que la medianoche representa la destrucción total de la Humanidad. El primero, dibujado en 1947 en un momento muy delicado -tras Hiroshima y Nagasaki-, situó sus manecillas a 7 minutos de las doce. Desde entonces, este símbolo representativo del peligro -no solo nuclear; ahora también climático, científico y tecnológico- ha tenido varias versiones -más cerca o más lejos de la medianoche-, revisado siempre y cuando los científicos estadounidenses lo han considerado oportuno.

Si atendemos a esta alerta, el momento en el que el mundo ha estado más cerca de desparecer fue en el año 1953, cuando, después de que EE.UU. desarrollase su Bomba de Hidrógeno, borrando del mapa literalmente una isla del Pacífico, la URSS -que no iba a ser menos- se puso manos a a obra para conseguir su propio dispositivo nuclear. La humanidad estuvo a punto de no vivir para contarlo.

La tensión entre ambas potencias se relajó durante la Guerra Fría y el reloj fue consecuentemente atrasado, primero hasta las 23:53 y, en 1963, incluso hasta las 23.48. El mundo empezaba a ser un lugar seguro. EE.UU. y la URSS firmaban el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares e interrumpían cualquier prueba al aire libre.

En los ochenta, las cosas volvieron a ponerse feas. Con el boicot de la URSS a los Juegos Olímpicos de 1984 de Los Ángeles y el programa de defensa conocido como La Guerra de las Galaxias se interrumpió por completo el diálogo entre las dos superpotencias y la comunidad internacional se vio obligada a darle al mundo solo tres simbólicos minutos «de vida». Fue un momento crítico, una presión que se fue relajando durante la década de los noventa y que a principios del nuevo milenio comenzó, de nuevo, a empeorar. El mundo volvió a enfermar en el 2002. El terrorismo, la falta de control en el uso de la tecnología, el impacto humano en el medioambiente y -de nuevo- el desarrollo de armas nucleares volvieron, el año pasado, a situar al Reloj del Juicio Final en las 23:57.

Desde hace 62 años no estábamos tan cerca del apocalipsis. Y la cosa no queda ahí. El boletín científico anunció la semana pasada un nuevo movimiento. «El desenfrenado cambio climático, las modernizaciones de las armas nucleares globales y los desmedidos arsenales de armas nucleares suponen extraordinarias e innegables amenazas a la existencia continuada de la humanidad, y los líderes mundiales han fallado en actuar con la velocidad o en la escala requerida para proteger a los ciudadanos de una potencial catástrofe -alertaban los investigadores-. Estos fallos de liderazgo político ponen en peligro a cada persona sobre la Tierra». ¿Qué marcará el reloj esta vez? ¿Cómo de endeble está en estos momentos la civilización?

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