La versión turca de bajar a comprar tabaco y no volver

Una peluquera de Manchester lleva esperando cinco años a su marido, que le convenció de que en su país de origen había una tradición de que el varón se fuese solo de viaje unas semanas


Redacción

Karen Ulusoy es una peluquera de Manchester de 51 años que pensó haber encontrado definitivamente el amor hace poco más de una década. A sus 40, divorciada y madre de cuatro hijos, se casó con un toyboy turco de 28, un chico-juguete, (así denominan los ingleses a la relación de una mujer con un varón notablemente más joven). Se enamoró ciegamente de aquel dependiente que vendía helados en un centro comercial de la ciudad británica. Lo conquistó y a los pocos meses estaban dándose el sí quiero, y dos años más tarde, pagando por el permiso de residencia para regularizar la situación de Evren, su marido, quien había llegado al país con un permiso de estudiante. Todo marchaba sobre ruedas en esta historia de amor, pero se acabó torciendo.

Un buen día el toyboy convenció a su esposa de que en Turquía, su país de origen, era una tradición que el hombre se marchase unas semanas de vacaciones solo. Hizo las maletas y se marchó a Chicago. Han pasado cinco años desde entonces. «Todavía estoy esperando a que regrese a casa», asegura Karen al tabloide británico The Sun. «Le entregué mi corazón y estabilidad económica y ahora me pregunto si lo único que quería era acceder al visado», se cuestiona la peluquera. «Era ingenua y estúpida. Probablemente no sea una tradición turca el viaje de los hombres sin sus esposas», lamenta.

Su todavía marido, además de romperle el corazón, también le hizo un buen roto en la cartera. En permisos de residencia se gastó 4.500 libras esterlinas (casi 6.000 euros) y al menos 1.500 ( unos 2.000 euros) en viajes a Turquía para visitarlo antes de haber conseguido traérselo definitivamente. «Era guapísimo, con unos bonitos ojos marrones y una cara adorable. Se me aceleró el corazón la primera vez que me sonrió», recuerda.

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